miércoles, 29 de mayo de 2013

Lagrimas del fútbol base







Hace un tiempo, algo más de dos décadas, un hombre acababa de ser padre por primera vez.

Estaba ilusionado con su hijo, le puso junto con su mujer un nombre, le dieron todo, se le llevó a la escuela...

Aquel hombre cada vez que veía a su hijo se le iluminaba la cara, era su hijo, su primer hijo y lo quería por encima de todas las cosas.


Le dio todo en su niñez, todo lo que un niño podía desear.

Le apuntó al mejor Colegio del barrio, quería que fuese a una escuela donde aprendiese mucho y bien.


Pasaron los años y su hijo se fue haciendo mayor.

En el Colegio iba muy bien, tanto los profesores como los compañeros no tenían ningún problema con él y además, hasta sacaba muy buenas notas.


Un día, el padre, sentado en el sofá como cada Martes, visualizaba la Copa de Europa que retransmitían por  TV.

Su hijo estaba en el cuarto haciendo los deberes, le gustaba el fútbol pero aquella tarde tenía mucha tarea que realizar ya que se acercaba un examen y tenía que ir preparado para hacerlo bien.


El padre seguía viendo el fútbol y en una de las jugadas, se le vino a la cabeza algo.

Al día siguiente, al venir su hijo del Colegio, el padre le dijo que le iba apuntar a una buena escuela de fútbol cerca de su casa.


Bajaron, hablaron con el presidente del equipo y tras hablar acerca de las condiciones, su hijo fue nuevo jugador de aquel equipo.


Tan solo tenía 7 años, le gustaba mucho el fútbol y en el recreo solía jugar con los niños, era un niño muy deportivo y muy amable con los rivales.

Nunca daba una mala patada ni se enfadaba porque no se la pasaran los compañeros, era un niño que disfrutaba del deporte.


Una vez apuntado, comenzó a ir a entrenar a ese equipo, entrenaba 3 veces a la semana, disfrutaba jugando allí, el resto de jugadores eran buenos chicos y el entrenador era bueno, sabía llevarles.


Con el paso del tiempo, el niño fue mejorando futbolisticamente, mientras jugaban, los padres charlaban sobre como jugaban los chavales, alababan a uno y a otros, criticaban a algún niño que otro aprovechando que su padre no estaba delante, y así en todos los encuentros y entrenamientos.


El niño se fue haciendo un chaval, pasó la temporada, había mejorado notablemente y comenzó a adaptarse a la competición deportiva.


Una temporada después, el padre dio de baja al niño en el equipo a pesar de que el niño rechazaba abandonar a sus compañeros y entrenador.


El padre hizo caso omiso a su hijo y le apuntó en un equipo de mayor categoría, quería que su hijo triunfase ya que le había visto cualidades.


Comenzó la temporada y con el paso de las semanas y partidos, el niño no estaba a la altura del resto de jugadores.

El entrenador apenas contaba con él ya que la diferencia entre unos y otros cada vez era mayor.


Su rendimiento era más bajo con el paso de las semanas y es que aquellos niños estaban un par de peldaños por encima y la presión a la que se le había sometido era tan superior que su rendimiento comenzaba a bajar de forma alarmante ya que el niño tenía la moral baja.


El padre en cada entrenamiento estaba siempre en el mismo lugar, viendo como su hijo estaba perdido en aquel equipo, le veía sufrir y hacia meses que no sonreía.


- Papá, quiero volver a mi otro equipo, le decía el chaval a su padre el llegar a casa tras cada partido.


Su padre no cedía, estaba completamente seguro que su hijo iba a triunfar y quería que luchase.


El chaval salía al campo unos minutos, cometía un par de errores y dejaba de correr.


En la grada, el padre chillaba y recriminaba a su hijo que corriese más, que luchase, que no se rindiese.


Ese chaval cada encuentro que pasaba odiaba más este deporte.


Su padre no se daba cuenta que lo único que quería era disfrutar del fútbol y que allí no lo iba hacer, y no porque le trataran mal, porque no lo hacían, simplemente porque no era su sitio.


Era mitad de la temporada y el chaval ya ni jugaba, el padre en la grada comenzaba a gritar al entrenador, insultos graves que llevaron a que el club llamase a la Policía y se llevaran aquel hombre del recinto deportivo.


El encuentro estaba suspendido, en la grada gritos y alboroto, el padre chillaba e insultaba una y otra vez al entrenador, y en el banquillo, ahí estaba él.

Antes de que viniese la Policía para llevárselo, su padre saltó la valla y se recorrió todo el campo cruzando el césped hacía los banquillos, había perdido los papeles.

A escasos metros de que  el padre cometiese un gran error, el chaval salió del banquillo, se puso delante de su entrenador y entre lagrimas se arrodilló:


- Papá, solo quiero jugar al fútbol.


El padre al ver a su hijo completamente roto, acabó frenando su camino y resignado en su intento de que su hijo fuese una estrella de fútbol, acabó abrazándose a su hijo y pidiéndole perdón por todo el daño cometido.


Hoy, aquel niño ya es un hombre, juega en Segunda División y su padre, le ve desde la grada y cada vez que le ve jugar,  se acuerda que un día pudo haberle privado de disfrutar el fútbol como hay que hacerlo, dejando que se haga desde niño.





domingo, 26 de mayo de 2013

El niño al que no le dejaban jugar a la pelota




Eran las 18.00 horas, acababa de salir del Colegio y como cada día, dejaba la mochila en casa, me comía el bocadillo que me había preparado mi madre, cogía la pelota y me bajaba a la calle.

Mi madre siempre me regañaba porque decía que no hacía los deberes pero a la mañana siguiente antes de ir a clase, siempre sacaba un rato para hacerlo o sino, se lo cogía a alguna amiga de mi clase que no se si por simpatía o por pena me acababa permitiendo que copiase los deberes que había mandado la maestra.


Dicen de mi que soy un niño solitario el cual prefiere golpear la pelota contra la pared que jugar con el resto de chavales, pero la realidad es otra.


En la calle los niños juegan y ríen y yo, desde la distancia, sigo golpeando la pelota contra la pared, ellos ni se inmutan, hubo un tiempo que eramos amigos pero ahora juego solo, la pelota cada día está más desgastada y mi madre no puede compararme otra porque en casa las cosas económicamente están mal.


Nunca me sentí mal porque los niños me ignoraban, al contrario, yo era feliz siendo como era, no sentía esa sensación de victoria o derrota, ni me frustraba por no marcar goles ni me enfadaba porque me dieran una patada.


Estaba solo, todos los días en el mismo sitio y a la misma hora, golpeando el balón contra la pared mientras como dije, el resto de niños jugaban entre ellos.


Hoy, no iba a ser distinto al resto, me baje con mi pelota desgastada, mis zapatillas de fútbol de tacos, que me las bajaba a pesar de que jugaba en el cemento y eso había hecho que la suela estuviese prácticamente desgastada quedando plana.

Los niños jugaban en un terreno de arena donde dos árboles les servían como portería, no era un campo de fútbol pero con el paso del tiempo, el ayuntamiento justo al lado hizo un campo de fútbol pequeño que servía muy bien para que por fin, aquellos niños pudiesen disfrutar jugando al fútbol y no esquivando a la gente que por alli caminaba.


Yo allí no jugaba y siempre pensaba que no jugaría jamás, estaba tan habituado a ser como era que no veía la opción de tener allí una oportunidad.


Aquellos niños iban todos a mi colegio, a muchos los conocía de vista y a otros los conocía de clase, pero con ellos, apenas tenía relación.


En clase siempre hablaban de fútbol, hablaban de que su equipo había pasado de ronda de la Copa de Europa, hablaban de fútbol y no paraban, presumían entre ellos e intercambiaban los cromos de sus héroes, aquellos que la noche anterior, les habían hecho irse a la cama felices ya que su equipo optaba de nuevo a una nueva Copa de Europa.

Para mi, el fútbol era mi autentica pasión, mi hobby, mi madre me decía hijo tienes que dedicar más tiempo a estudiar o a ayudar a tu padre en el taller, el fútbol solo son 11 hombres dándole a una pelota, es un deporte absurdo, mi madre no entendía aquel deporte y parecía que tampoco me comprendía a mi.


A pesar de que yo era muy futbolero, nunca hablaba con ellos de fútbol y solo cuando me metía en conversaciones con ellos era para responder a burlas y más burlas que hacía a mi profanaban.

Hoy era Jueves, me había bajado a la calle pero la verdad es que hoy no era nada feliz, tenía una sensación muy amarga. Esta mañana me había levantado muy contento ya que solo faltaba un día para que fuese Viernes y ese día siempre ayudaba a mi padre en el taller para conseguir algo de dinero para poder ir a ver a mi equipo. Mi equipo esta semana jugaba en casa, jugaba el Domingo a las 12 y como cada fin de semana, quería ir a verlo.


Golpeaba a la pelota sin apenas ganas, miraba a aquellos niños jugar y eran muy felices, llevaban todos la camiseta de su equipo, unos contentos porque su equipo había llegado a la final de la Copa de Europa y los otros porque no hace mucho habían logrado un doblete.


Miré el reloj y apenas habían pasado 10 minutos desde que me había bajado pero esa tarde no me encontraba con ganas de jugar a la pelota, así que cogí y me subí a casa.


Mi madre se encontraba en el salón, descansando un rato ya que había tenido un duro día de trabajo en casa.

Entré al salón y la di un beso, me senté con ella al lado pero poco después acabé yéndome a mi habitación.


Desde mi ventana se veía a aquellos niños jugar al balón, acababan de marcar un gol y había un gran griterío como si fuera un partido de verdad.

Bajé la persiana y me tumbe en la cama.


Me puse a pensar en por qué esos niños se habían burlado de mi, no le encontraba sentido ya que yo no me metía nunca en discusiones de fútbol con ellos pero esa mañana ellos lo habían hecho conmigo sin decirles yo nada.



Aquella mañana me había llevado la camiseta de mi equipo a clase, y aunque siempre me quedaba con ella puesta y hasta incluso muchas noches había dormido con ella, hoy me la quité nada más subir, la dejé en la silla y me puse el pijama.


Estaba tumbado en la cama y aquella silla estaba justo enfrente, había dejado la camiseta de frente, con el escudo mirándome.

Estuve una media hora mirándola sin pensar nada, solo la miraba, la miraba sin levantar la vista de aquel escudo.


Los niños de clase me señalaban con el dedo y entre susurros se reían de mi.


- Mi equipo va a ser de nuevo campeón de Europa ¿Y el tuyo donde está?. Me decía Gustavo, mientras el resto de los niños se reían.

Otro me decía:

- He visto a mi equipo ganar una liga hace muy poco y dentro de poco aunque este año estamos mal, volveremos a ganarla e incluso ganaremos en Europa y tú, mírate, con esa camiseta, no aspiras a nada, a absolutamente nada, te conformas con cualquier cosa, no vas a ser nadie en la vida.

Tras culminar la frase, absolutamente toda la clase se giró y clavaron su mirada en mí, el nivel de risas aumentó y yo, agaché la cabeza en el cuaderno como nunca, y en un breve espacio de tiempo, copié los deberes que mi compañera de clase como la gran mayoría de días me dejaba.


Media hora estuve mirando esa camiseta, ese escudo... comencé a pensar si realmente valía la pena ser de ese equipo.

Los niños se burlaban de mi, ellos eran de equipos de la ciudad que conocían que era ganar, solo eran de un equipo porque ganaban o porque sus padres le habían contado que habían ganado...

Mi padre no era de mi equipo, de hecho no nació en mi ciudad pero comprende porque quiero a este equipo, me comprende y hace todo lo posible para que siga siendo de ese equipo el cual gane o pierda, le quiero igual.


Esos niños siempre habían visto a su equipo ganar y yo seguramente no lo iba a ver jamás, me decían que era un perdedor y por eso no debía jugar con ellos, ponía la tele y solo se hablaba de los equipos que esos niños eran, de mi equipo no hablaban ni en la tele de mi comunidad, no entendía nada.


Me levanté de la cama y me puse en pie, miraba los posters que tenía colgados en la habitación, esos jugadores no eran conocidos por el resto de niños, pero para mi, eran los que yo quería tener en mi equipo, eran mis heroes aunque no ganasen nada.

Era un niño muy feliz siempre, estaba con una mala sensación pero tras un largo rato con una sensación extraña, me puse la camiseta de mi equipo de nuevo y más que nunca me sentí orgulloso de ser del equipo que era.


Con el paso de las semanas, aquellos niños ya no sonreían tanto, ni tampoco llevaban las camisetas de sus equipos...


Uno había caído ante el Dinamo de Kiev en cuartos de final y el otro estaba por media tabla cosechando unos malos resultados, nada habituales para los resultados que había tenido pocos años antes.


A mi me daba igual que mi equipo ganara o perdiera, yo siempre que podía, lucía la camiseta de mi equipo.


Seguía llevando mi camiseta al colegio y aquellos niños ya no se burlaban, me bajaba a jugar a la pelota y aquellos niños apenas bajaban ya a jugar en aquel campo que siempre bajaban.


Ni llevaban las camisetas de sus equipos ni apenas bajaban ya a jugar, sus equipos ya no ganaban, el mio tampoco, ni los había visto ganar pero siempre mantenía esa extraña sensación de que algún día seríamos grandes o al menos jugaríamos contra ellos.


Hoy era 1 de Julio de 1999,  había ayudado el Viernes a mi padre para poder asistir al encuentro y también conseguí algo especial, que mi padre me acompañase.

Jugabamos contra el Extremadura, el barrio estaba con una gran inquietud y los colores de mi equipo colgaban de los balcones.



En la Ida habíamos ganado pero se había jugado muy lejos y yo no podía acudir allí con lo cual, este encuentro debía cerrar la eliminatoria y culminar la fiesta.


En el estadio, absoluto lleno, a mi izquierda, mi padre, a mi derecha, el resto de la afición que no conocía de nada pero en sus rostros se reflejaba la misma ilusión que yo tenía.


Tras 90 minutos de ilusión y autentica locura, el árbitro señalaba el final del encuentro y así, con 2-0 en el marcador, mi equipo era de nuevo, por quinta vez en su historia me decía mi padre, nuevo equipo de la Primera división.


Ya no había Colegio pero la gran mayoría de los chavales acudíamos a una escuela de Verano.

Aquellos niños miraban sus cuadernos y libros como nunca lo habían hecho, sin mirarme en ningún momento y así poder ver, la sonrisa que marcaba mi cara.


Llegue a casa, dejé la mochila en mi habitación y antes de merendar, me quité la camiseta ya que hacía mucho calor y la deje en la silla.

Me tumbé en la cama y comencé a mirarla durante una medía hora más o menos.

Me levanté, merendé, cogí la camiseta y la pelota y me bajé a jugar.


El lugar donde tanto tiempo había golpeado la pelota contra la pared tenía un cartel que decía " Prohibido jugar a la pelota ", fruncí el ceño y me encogí de hombros.


Tanto tiempo jugando allí y ahora ya no podía jugar en aquel lugar...


Me dispuse a subir a mi casa pero derrepente una voz penetró en mi.


- ¿A dónde vas?. Escuché a mis espaldas.


Me giré y allí estaban ellos, todos los niños que anteriormente me habían ignorado ahora me permitían jugar a la pelota con ellos. No me lo podía creer, me quedé inmóvil durante unos segundos...


- Vamos a que esperas, ven. Decía uno.

- Él va con nosotros. Decía otro.


Entré en el campo y me puse a jugar con ellos, entre muecas de sorpresa y admiración de mis compañeros.


Hoy, era un día especial para mi.


El Rayo Vallecano era equipo de Primera División, estaba jugando con los grandes y no solo eso, nos temían, nos llamaban  "Mata Gigantes"











viernes, 24 de mayo de 2013




Última jornada de liga. El estadio vacío a horas de que el árbitro señale el inicio del encuentro.

Todas las entradas vendidas y tan solo, como siempre en un día cualquiera, vacío por dentro pero lleno de historia.

De lunes a sábado me sentía solo, mis dos laterales y mis dos fondos, el césped, maltratado como cada año en las últimas jornadas de liga.

Llevaba años rompiendo hojas del calendario esperando a que por fin, aquel equipo volviese acordarse de mi y se sintieran orgullosos de poder ser acogidos como en cada encuentro que aquí se celebraba.

Ya no soy un niño, me siento como un abuelo al que su familia le visita los fin de semana y sonríe, pero a la vez cuento los minutos que faltan para que me vuelvan a visitar, durante la semana me siento solo, pero hay algo que me hace mantenerme con ilusión y es el amor que por ellos siento.

Hubo un tiempo donde me visitaban más a menudo e incluso venían equipos de muy lejos para jugar aquí, de hecho el año pasado vinieron equipos que decían que venían desde Europa, yo no se de donde, siempre estuve en el mismo lugar y siento que no me moveré de aquí porque es donde quiero estar.

Mi familia son todos los componentes que durante tanto tiempo hasta hoy, han vestido la camiseta, esa camiseta de lineas rojas y blancas que tan bien le queda a mis muchachos. 

Les tengo un gran aprecio y se, que a ellos también se lo tienen, de hecho en cada encuentro mis gradas se llenan de gente que gritan y gritan, cantan, se alegran o lloran, pero siempre se marchan a casa con ganas de volver a estar aquí, ellos también son mi familia. Muchos de ellos ya no vienen, tristemente fallecieron pero están tan presentes sus voces, que aunque dicen  que reunimos a 40.000 en cada encuentro, siento que en mis gradas se multipliquen por 1000 esa pasión que por mis  muchachos esa gente siente y sean de la época que sean, siempre corean el mismo grito.


Hubo años mejores y otros peores como en todas las familias, pero claro, como cualquier persona, mi familia es especial, para mi, mi familia es única y por encima de todo están ellos en las buenas o en las malas.

Tan especial que han pasado tantos por mi familia, que a pesar de que ya soy viejo, recuerdo los nombres de todos ellos y a su vez, guardo un gran recuerdo de todos los días felices que con ellos viví.

Han pasado tantos años ya... nací un 21 de Agosto de 1913, mi padre fue Manuel María Smith, y aunque no quede bien decirlo, seguro que se ha sentido orgulloso de mi y de todo lo que todo esto ha representado.

Cerca de los 100 estoy y aunque el corazón me noto muy vivo, se que no estoy bien y si late tan fuerte, es por la pasión que por ellos siento.


Pienso en lo que he vivido y no puedo reprimir derramar alguna que otra lagrima, pero al cabo del rato, acabo llorando solo, como cuando era un niño y esos muchachos festejaban aquí sus títulos, pero esta vez era diferente, aquellas lagrimas me hacían daño.

 Se que no volveré a verlos ganar, me hice viejo y aunque haya vivido mucho siento impotencia de no poder seguir viéndolos más.


 Ya son las 20.00, día 26 de Mayo, la gente ha entrado y han llenado las butacas, los jugadores han saltado y el árbitro se acaba de llevar el silbato a la boca.


 Esta noche no me encuentro bien, aquellas voces que tantas noches me han acompañado, familiares de aquellos que me vieron nacer, retumbaban en mi cabeza.


 Esas voces golpeaban fuerte, muy fuerte y a la vez, poco a poco sentía que perdia el conocimiento.



 Lo último que escuché fue el silbato del árbitro, pero esta vez muy débil.


Pude levantar la cabeza y vi a la gente mirándome, tristeza en sus rostros, e incluso de niños, vi algún niño triste y eso que no llevaba mucho tiempo viniendo.


Poco a poco iba sintiéndome más débil, hasta que acabé derrocado y en una sensación de paz, mi corazón dejó de latir.

Un hombre con la camiseta de mi equipo estaba tras una luz muy fuerte que dañaba.

Una luz muy fuerte dañaba mis ojos, me eché la mano a la cara y di un par de pasos hacia adelante...de espaldas, un hombre con la camiseta de mi equipo.


 Me llama reiteradamente, diciéndome ven, comienza el fútbol.


 Avanzo y acabo sentándome, parece ser que hoy juega mi familia.


 Telmo Zarra me abraza, nuestros muchachos han marcado el primer gol.


 Me llamaban La Catedral y siempre seré del Athletic.